Muchas personas desconocen los problemas físicos que puede acarrear un uso incorrecto del lápiz o de cualquier instrumento de escritura. Realizar un mal agarre provoca, además de la alteración del rendimiento escrito con gran probabilidad de tener mala letra, mayor inversión de tiempo (escriben más despacio), cansancio e incluso molestias al forzar posturas (hormigueo, o como coloquialmente decimos, se duerme la mano). En consecuencia, el niño (o la persona, sea cual sea su edad) puede tener poco o ningún interés en las actividades que impliquen instrumentos de escritura e incluso presentar conductas de evitación.  Todo ello, supone un factor negativo que influirá en su vida diaria y por ende en su rendimiento escolar.

El niño a lo largo de su evolución va desarrollando distintas destrezas y habilidades a través de la exploración, la manipulación y el juego. Desde el nacimiento, sus manos, dedos, muñecas, brazos, hombros y tronco se van fortaleciendo y adquiriendo coordinación y precisión a través de distintas etapas. Es muy importante que padres y educadores respeten esas etapas y den la importancia que merece al desarrollo de la pinza-trípode, que es el agarre adecuado con los dedos índice y pulgar, utilizando la última falange del dedo corazón para apoyar el lápiz.

Es en torno a los 4 años cuando hay que supervisar el agarre para corregir errores, y si es preciso, establecer ejercicios de motricidad fina que permitan el desarrollo óptimo de la destreza y coordinación de manos y dedos para favorecer la adquisición de la pinza-trípode.

A los 5 o 6 años, aproximadamente, el niño ya ha adquirido el hábito de agarre de los instrumentos (cubiertos, tijeras, lápices,…) con lo que a partir de esta edad será muy difícil modificar un mal hábito, siendo imprescindible prevenir errores y actuar antes, respetando el desarrollo evolutivo del niño.

Hay una serie de requisitos previos para un adecuado desarrollo motriz de la prensión del lápiz, indispensables para poder realizar la escritura de forma cómoda y efectiva:

  1. Control Postural: Permite mantener cabeza y tronco alineados.
  2. Estabilidad de las articulaciones que intervienen en la coordinación y precisión.
  3. Tono muscular adecuado.
  4. Propiocepción para ser conscientes de la posición del cuerpo.
  5. Coordinación óculo-manual.
  6. Procesamiento sensorial, que nos permite integrar los estímulos a nivel táctil.
  7. Capacidades cognitivas: adecuada atención, memoria y procesamiento ejecutivo.

 

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